martes, 4 de diciembre de 2012


 La leyenda de la llorona

 Cindy Estefany Márquez Galván 
 Abel Ruiz Badillo
Diego Enrique Zúñiga Mendoza



LA LLORONA
Leyenda Mexicana del Periodo Virreinal

Consumada la conquista y poco más o menos a mediados del siglo XVI, los vecinos de la ciudad de México que se recogían en sus casas a la hora de la queda, tocada por las campanas de la primera Catedral; a media noche y principalmente cuando había luna, despertaban espantados al oír en la calle, tristes y prolongadísimos gemidos, lanzados por una mujer a quien afligía, sin duda, honda pena moral o tremendo dolor físico.

Las primeras noches, los vecinos contentábanse con persignarse o santiguarse, que aquellos lúgubres gemidos eran, según ellas, de ánima del otro mundo; pero fueron tantos y repetidos y se prolongaron por tanto tiempo, que algunos osados y despreocupados, quisieron cerciorarse con sus propios ojos qué era aquello; y primero desde las puertas entornadas, de las ventanas o balcones, y enseguida atreviéndose a salir por las calles, lograron ver a la que, en el silencio de las obscuras noches o en aquellas en que la luz pálida y transparente de la luna caía como un manto vaporoso sobre las altas torres, los techos y tejados y las calles, lanzaba agudos y tristísimos gemidos.

Vestía la mujer traje blanquísimo, y blanco y espeso velo cubría su rostro. Con lentos y callados pasos recorría muchas calles de la ciudad dormida, cada noche distintas, aunque sin faltar una sola, a la Plaza Mayor, donde vuelto el velado rostro hacia el oriente, hincada de rodillas, daba el último angustioso y languidísimo lamento; puesta en pie, continuaba con el paso lento y pausado hacia el mismo rumbo, al llegar a orillas del salobre lago, que en ese tiempo penetraba dentro de algunos barrios, como una sombra se desvanecía.

"La hora avanzada de la noche, - dice el Dr. José María Marroquí- el silencio y la soledad de las calles y plazas, el traje, el aire, el pausado andar de aquella mujer misteriosa y, sobre todo, lo penetrante, agudo y prolongado de su gemido, que daba siempre cayendo en tierra de rodillas, formaba un conjunto que aterrorizaba a cuantos la veían y oían, y no pocos de los conquistadores valerosos y esforzados, que habían sido espanto de la misma muerte, quedaban en presencia de aquella mujer, mudos, pálidos y fríos, como de mármol. Los más animosos apenas se atrevían a seguirla a larga distancia, aprovechando la claridad de la luna, sin lograr otra cosa que verla desaparecer en llegando al lago, como si se sumergiera entre las aguas, y no pudiéndose averiguar más de ella, e ignorándose quién era, de dónde venía y a dónde iba, se le dio el nombre de La Llorona."

Tal es en pocas palabras la genuina tradición popular que durante más de tres centurias quedó grabada en la memoria de los habitantes de la ciudad de México y que ha ido borrándose a medida que la sencillez de nuestras costumbres y el candor de la mujer mexicana han ido perdiéndose.

Pero olvidada o casi desaparecida, la conseja de La Llorona es antiquísima y se generalizó en muchos lugares de nuestro país, transformada o asociándola a crímenes pasionales, y aquella vagadora y blanca sombra de mujer, parecía gozar del don de ubicuidad, pues recorría caminos, penetraba por las aldeas, pueblos y ciudades, se hundía en las aguas de los lagos, vadeaba ríos, subía a las cimas en donde se encontraban cruces, para llorar al pie de ellas o se desvanecía al entrar en las grutas o al acercarse a las tapias de un cementerio.

La tradición de La Llorona tiene sus raíces en la mitología de los antiguos mexicanos. Sahagún en su Historia habla de la diosa Cihuacoatl, la cual "aparecía muchas veces como una señora compuesta con unos atavíos como se usan en Palacio; decían también que de noche voceaba y bramaba en el aire... Los atavíos con que esta mujer aparecía eran blancos, y los cabellos los tocaba de manera, que tenía como unos cornezuelos cruzados sobre la frente". El mismo Sahagún (Lib. XI), refiere que entre muchos augurios o señales con que se anunció la Conquista de los españoles, el sexto pronóstico fue "que de noche se oyeran voces muchas veces como de una mujer que angustiada y con lloró decía: "¡Oh, hijos míos!, ¿dónde os llevaré para que no os acabéis de perder?".

La tradición es, por consiguiente, remotísima; persistía a la llegada de los castellanos conquistadores y tomada ya la ciudad azteca por ellos y muerta años después doña Marina, o sea la Malinche, contaban que ésta era La Llorona, la cual venía a penar del otro mundo por haber traicionado a los indios de su raza, ayudando a los extranjeros para que los sojuzgasen.

"La Llorona - cuenta D. José María Roa Bárcena -, era a veces una joven enamorada, que había muerto en vísperas de casarse y traía al novio la corona de rosas blancas que no llegó a ceñirse; era otras veces la viuda que veía a llorar a sus tiernos huérfanos; ya la esposa muerta en ausencia del marido a quien venía a traer el ósculo de despedida que no pudo darle en su agonía; ya la desgraciada mujer, vilmente asesinada por el celoso cónyuge, que se aparecía para lamentar su fin desgraciado y protestar su inocencia."

Poco a poco, al través de los tiempos la vieja tradición de La Llorona ha ido, como decíamos, borrándose del recuerdo popular. Sólo queda memoria de ella en los fastos mitológicos de los aztecas, en las páginas de antiguas crónicas, en los pueblecillos lejanos, o en los labios de las viejas abuelitas, que intentan asustar a sus inocentes netezuelos, diciéndoles: ¡Ahí viene La Llorona!

¿Quién era la Llorona?
Varias personas se han aventurado a explicar quién era ésta fantasmagórica mujer, que llora y se aparece en plena noche en distintos lugares.
Se dice que esta mujer era indígena, que se enamoró de un caballero español o criollo, y que tuvo tres niños con él.

Muchas personas dicen que no llegaron a formalizar su relación, y el caballero se limitaba únicamente a visitarla, el mismo hombre era el que evitaba casarse con ella.
Tiempo después este señor se casó con una mujer española, y su relación con la "Llorona" empezó a darse por finalizada.


Cuando la Llorona se enteró de tal matrimonio. Enloqueció y mató a sus tres hijos en un rio, y ver lo que había hecho se suicidó.

- Unos dicen que flota; otros, que no tiene rostro. Son pocos los que la han visto, sin embargo. Los más, escuchado son los  quejidos
“Ay, mis hijos”.

Se dice que la Llorona ha arrastrado su desgracia por miles y miles de kilómetros. desde aquel entonces, su alma está en pena y grita "Ay, mis hijos".

Desde aquel entonces ya son muchas las personas que la ven cerca del río donde mató a sus hijos y se quitó la vida.


Algunas leyendas dicen que el espíritu de esta mujer, son las mujeres muertas en el parto a las que se consideraba diosas.

Otras versiones
La víspera de la conquista de México-Tenochtitlan por Hernán Cortés y su ejército español, estuvo plagada de presagios que Miguel León Portilla enumera en el libro Visión de los vencidos. Basado en códices y memorias de ese periodo, Portilla describe a una mujer, a quien los mexicas llamaron Cihuacóatl (mujer serpiente), que deambulaba entre los templos de la gran capital mexica anunciando una tragedia. "ay mis hijos, ya se acerca la hora de irnos, ay mis hijos, ¿a dónde os llevaré?".
Sin embargo, fue en el periodo colonial cuando la leyenda de la Llorona cobró la fuerza necesaria para filtrarse en la idiosincrasia mexicana. Y aunque hay un sinfín de versiones sobre el origen de su macabro y desgarrador llanto, aquí detallamos la más difundida:
Todas las noches a las once, cuando en la capital de la Nueva España sonaba el toque de queda, los habitantes se encerraban en sus casas a piedra y lodo. Las calles quedaban desiertas. Entonces, la oscuridad y el silencio se rasgaban con los largos y dolorosos lamentos de una mujer. "¡Ay, mis hijos", repetía monótonamente, estremeciendo los corazones de los más valientes.
Quienes se atrevían a asomarse, alcanzaban a ver la silueta de una mujer vestida de blanco, que flotaba sobre el empedrado de las calles y se detenía en la Plaza Mayor de la ciudad. Luego, la fantasmal figura se encaminaba a los rumbos del lago de Texcoco, donde desaparecía con los primeros rayos del alba. 
¿Quién era esta mujer cuyo rostro no se distinguía? ¿Por qué lloraba tan lastimosamente? Se cuenta que hubo una hermosa mujer indígena que se enamoró profundamente de un caballero español. Éste sentía una gran pasión por ella, pero era muy mal visto que un noble se relacionara con una indígena, así que mantuvo en secreto sus amores con ella. Nacieron tres hermosos hijos que la madre adoraba y cuidaba incansablemente.
Al cabo del tiempo, la mujer buscó formalizar su relación con el caballero, quien comenzó a esquivarla. Pronto ella supo que él ya había acordado un conveniente matrimonio con una adinerada dama española. Humillada por el hombre que tanto amaba, la mujer enloqueció y ahogó a sus tres hijos en un río. Después se suicidó. Ante las puertas del cielo, se le preguntó a la mujer por sus pequeños. "No sé dónde están, mi Señor", respondió ella. Así que fue condenada a buscarlos toda la eternidad.
Hay quien afirma que, en su afán por ser aceptada en el cielo, la Llorona asesina y se lleva a los primogénitos de entre 1 y 5 años de edad para presentarlos a Dios como sus hijos. Por eso la cercanía de sus lamentos es tan temida por todos.
Otras versiones aseguran que la mujer que llora todas las noches en el laberinto de edificios de la ciudad de México es la Malinche, la mujer de Hernán Cortés, a quien se le acusa de haber traicionado a su raza por el amor al conquistador.
La Maldición de la Llorona 1963

Durante los primeros años del México Colonial existió una mujer indígena de gran belleza que se enamoró locamente de un español y con quien tuvo tres hijos. A pesar de ello este caballero nunca la desposó y sólo la visitaba en limitadas ocasiones; años más tarde, por así convenirle a sus intereses el español contrajo nupcias con una mujer española. Cuando la mujer indígena se enteró de la traición, enloqueció de rabia y celos a tal grado que asesinó a sus tres hijos ahogándolos en un río, al darse cuenta de lo que había hecho, llena de un gran dolor se suicidó también. Desde entonces, su alma no ha tenido descanso y todas las noches vaga por las calles solitarias o cerca de los ríos buscando a sus hijos y llorando por su muerte, lanzando gritos y gemidos capaces de horrorizar a todo el que la escuche. Todavía hoy, si se presta un poco de atención, durante algunas noches es posible escuchar su terrible lamento “Ay mis hijos” que repite desde que los asesinó; hay incluso quienes afirman haberse sentido atraídos por la visión de una hermosa mujer solitaria vestida de blanco caminando en medio de la noche.

La llorona es quizá una de las leyendas más antiguas y conocidas en México, y extendidas al resto de América Latina desde luego tiene tantas versiones como se puedan imaginar: hay quienes afirman que era la antigua diosa azteca Cihuacóatl, otra versión indica que pudo haber sido la célebre Malinche o Doña Marina, de quien hablaremos más adelante; hay otros, sin embargo, que la ubican como una mujer de gran belleza que existió durante la época del México colonial.

Pero ¿quién es esta misteriosa y al mismo tiempo aterradora mujer? Aunque el origen varia, a grandes rasgos La Llorona es el alma en pena de una hermosa mujer vestida de blanco que todas las noches vaga por las calles o a las orillas de los ríos, lamentándose por la pérdida de sus hijos, su belleza ejerce una gran atracción en todos los hombres y sus gemidos y lamentos aterrorizan a todo el que la escucha.

Es muy posible que esta leyenda haya tenido su origen en la antigua cultura azteca, donde se creía en las Cihuateteo, que no eran otra cosa más que los espíritus de las mujeres muertas durante el parto y a quienes se les honraba por haber perdido la batalla que representaba el dar a luz; los antiguos pobladores de México Tenochtitlan creían que podían encontrar a estos espíritus llorando por sus hijos en los cruces de los caminos. Es muy común que las Cihuateteo estén profundamente relacionadas con la diosa Cihuacóatl (a quién ya hemos mencionado) quién, dentro de la mitología azteca, fue la primera mujer en dar a luz y por lo tanto se convirtió en la diosa protectora de los partos y de las mujeres que morían al parir.

Quizá esta leyenda fue más adelante adoptada por los españoles durante la Colonia y se le asoció con La Malinche o Doña Marina quien fue la traductora oficial de los españoles cuando llegaron a México Tenochtitlan. Como la Malinche tuvo un hijo con Hernán Cortés es considerada, entre muchas otras cosas, la primera madre de México.

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